¡Nálgame, Dios!, dicen por ahí. Pues resulta que en un restaurante los clientes pedían un platillo especial y una mesera, cómplice de una broma de cámara escondida, levantaba su falda dejando a la vista su lado pomposo donde llevaba escrito el menú del día. Los comensales quedaron sorprendidos ante la actitud de la mesera y peor aún: no sabían si comer alguno de los platillos impresos ahí o la parte que los llevaba escritos.
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